Los fármacos anticoagulantes consiguen que la sangre sea más fluida, evitando así que se formen coágulos o trombos a nivel de los vasos sanguíneos o del corazón. Y es que, dichos trombos pueden ocasionar problemas en la región del cuerpo donde se originan, por ejemplo, en las venas de las piernas; pero si, además, éstos se desprenden de su lugar de origen (embolizan), y se desplazan por el torrente sanguíneo, pueden ocasionar obstrucciones vasculares a distancia del punto de origen. De hecho, este proceso puede provocar un ictus cerebral o cuadros de embolismo pulmonar.

¿Quiénes los necesitan?

Muchos pacientes deben tomar cada día fármacos anticoagulantes para evitar estas complicaciones. Entre ellos se encuentran los sometidos a intervenciones quirúrgicas que requieren una inmovilización de las piernas, como son las cirugías de implante de prótesis de cadera o de rodilla. Pero hay un grupo más numeroso de pacientes que los requieren, son los que padecen una arritmia denominada fibrilación auricular, la cual es muy frecuente entre la población. Los pacientes que sufren esta arritmia y, además, presentan determinadas característica, como es llevar implantada una válvula mecánica en el corazón, padecer una afectación de las válvulas secundaria a fiebres reumáticas, o reúnen varios factores de riesgo de trombosis en este contexto (edad avanzada, hipertensión arterial, insuficiencia cardiaca, diabetes, o haber padecido un ictus o una embolia previamente), tienen más posibilidades de que se formen trombos en su corazón y, por ello, necesitan tomar fármacos anticoagulantes.

El inconveniente de los clásicos.

El fármaco anticoagulante oral más habitual en nuestro medio es el acenocumarol, que lo toman más de setecientos mil pacientes en España, y se lleva comercializando más de cuarenta años. Menos habitual es la warfarina que, sin embargo, es el más utilizado en otros países. El cenocumarol es un medicamento muy eficaz en su función anticoagulante, pero presenta una gran variabilidad, por lo que no existe una dosis fija para todos los pacientes, ni siquiera para el mismo paciente cada día, lo que obliga a éstos a realizarse analíticas de forma periódica para determinar la dosis necesaria diaria. Además, sus efectos pueden alterarse al comer ciertos alimentos (vegetales de hoja verde oscura, chocolate, determinadas

legumbres) y el resto de medicaciones que toma el paciente, lo que puede provocar que no esté adecuadamente anticoagulado, o que el efecto anticoagulante sea superior al deseado y aumente la posibilidad de que se produzcan hemorragias graves.

Posibles alternativas

En los últimos años, se ha avanzado en la investigación de una serie de nuevos fármacos anticoagulantes orales, que se están posicionando como una alternativa al acenocumarol. Éstos son muy eficaces en la protección frente a las trombosis y embolias, mientras que carecen de las desventajas enumeradas del anticoagulante clásico, ya que su mecanismo de acción sobre la coagulación es totalmente diferente.

Los tres fármacos que están más desarrollados, de hecho, algunos ya se están comercializados con indicaciones variables, son el dabigatrán, el rivoroxabán y el apixabán.

Fuente: http://www.fundaciondelcorazon.com/images/stories/documentos/pdf-cys/cys-97-abril-2012.pdf